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martes, 9 de julio de 2013

¿Quién se sentó sobre mi dedo?

"La siesta zumbaba y el campo era todo de sol. Las langostas hacían tic, tic y las flores del aromo se balanceaban en el aire con un tonito de arrorró.
El conejo andaba por el campo con los ojos entornados, sintiendo que el sueño de la siesta se le enroscaba en la cabeza como si fuera una capucha.
Medio dormido, llegó hasta la sombra de un árbol que tenía un agujero en la base. 
- ¡Esto es para mí! -dijo mirando casi con la nariz para no abrir más los ojos-. Podré dormir una siestiiita."
Exploró un poco el agujero para ver donde terminaba y vio que subía, subía, subía a lo alto del árbol como una chimenea. Y por la otra punta, se veía el cielo.
Y como eso le gustó mucho, se tumbó para dormir ahí nomás, medio adentro, medio afuera, y se puso a soñar sueños de conejos, que son suaves, saltarines y, a veces de color zanahoria.
Y las chicharras hacían ronrón.
Y las abejas hacían ronrón.
Y el conejo hacía ronrón.
Y el campo entero ronroneaba como un gato al sol.
Desde cerquita nomás, llegó el compadre puma con los ojos entornados y la cola medio dormida. Cuando vio la fresca sombra del árbol bostezó y se desperezó muy contento diciendo:
-       Juuum, jeeeem, jeeeem, prrrr, prrrr.
Se rascó un poquito la panza y cayó dormido, con tanta puntería, que fue a tapar el hueco donde estaba el conejo.
Y las chicharras hacían ronrón.
Y las abejas hacían ronrón.
Pero el conejo, no. Porque eso de estar en el hueco de un árbol tapado por un puma, no le hacía gracia.
  Medio ahogado y con pelos de puma en el hocico, el conejo pensaba cómo salir de allí.
No se animaba a mover ni los ojos, ni la cola, ni a patita. Y ya estaba quieto pensando en cómo sería convertirse en un conejo quieto quieto para toda la vida, cuando ¡plup! salió la idea.
   Estiró el hocico y con la voz más gruesa que puede tener un conejo gritó, mirando hacia arriba por el hueco del árbol:
-       ¡Quién se sentó sobre mi dedoooo!
El grito salió por la parte de arriba del árbol, espantó a los pájaros, y rompió toda la siesta. El puma paró la oreja muy preocupado, creyendo quién sabe qué.
-       ¡quiéeeeeeeeen! – volvió a gritar el conejo.
Haciéndose el disimulado, el puma empezó a palpar debajo suyo hasta que encontró la panza del conejo, redondita y caliente y dijo:
-       ¡Pa-pasto seco…! ¡Si esto es un dedo, como será la mano!
Y haciéndose el que no pasaba nada, salió a los saltitos hasta que desapareció como un relámpago entre los pastos.
  El conejo tomó un poco de aire, hizo callar al tamborcito de su corazón y se volvió a tumbar en el hueco del árbol para soñar sueños de conejos, que son suaves, saltarines y, a veces, de color zanahoria.

Autora: Laura Devetach                  

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