"La siesta zumbaba y el campo era todo de sol.
Las langostas hacían tic, tic y las flores del aromo se balanceaban en el aire
con un tonito de arrorró.
El conejo andaba por el campo con los ojos
entornados, sintiendo que el sueño de la siesta se le enroscaba en la cabeza
como si fuera una capucha.
Medio dormido, llegó hasta la sombra de un árbol que
tenía un agujero en la base.
- ¡Esto es para mí! -dijo mirando casi con la nariz
para no abrir más los ojos-. Podré dormir una siestiiita."
Exploró
un poco el agujero para ver donde terminaba y vio que subía, subía, subía a lo
alto del árbol como una chimenea. Y por la otra punta, se veía el cielo.
Y
como eso le gustó mucho, se tumbó para dormir ahí nomás, medio adentro, medio
afuera, y se puso a soñar sueños de conejos, que son suaves, saltarines y, a
veces de color zanahoria.
Y
las chicharras hacían ronrón.
Y
las abejas hacían ronrón.
Y
el conejo hacía ronrón.
Y
el campo entero ronroneaba como un gato al sol.
Desde
cerquita nomás, llegó el compadre puma con los ojos entornados y la cola medio
dormida. Cuando vio la fresca sombra del árbol bostezó y se desperezó muy
contento diciendo:
- Juuum,
jeeeem, jeeeem, prrrr, prrrr.
Se
rascó un poquito la panza y cayó dormido, con tanta puntería, que fue a tapar
el hueco donde estaba el conejo.
Y
las chicharras hacían ronrón.
Y
las abejas hacían ronrón.
Pero
el conejo, no. Porque eso de estar en el hueco de un árbol tapado por un puma,
no le hacía gracia.
Medio ahogado y con pelos de puma en el
hocico, el conejo pensaba cómo salir de allí.
No
se animaba a mover ni los ojos, ni la cola, ni a patita. Y ya estaba quieto
pensando en cómo sería convertirse en un conejo quieto quieto para toda la
vida, cuando ¡plup! salió la idea.
Estiró el hocico y con la voz más gruesa que
puede tener un conejo gritó, mirando hacia arriba por el hueco del árbol:
- ¡Quién
se sentó sobre mi dedoooo!
El
grito salió por la parte de arriba del árbol, espantó a los pájaros, y rompió
toda la siesta. El puma paró la oreja muy preocupado, creyendo quién sabe qué.
- ¡quiéeeeeeeeen!
– volvió a gritar el conejo.
Haciéndose
el disimulado, el puma empezó a palpar debajo suyo hasta que encontró la panza
del conejo, redondita y caliente y dijo:
- ¡Pa-pasto
seco…! ¡Si esto es un dedo, como será la mano!
Y
haciéndose el que no pasaba nada, salió a los saltitos hasta que desapareció
como un relámpago entre los pastos.
El conejo tomó un poco de aire, hizo callar
al tamborcito de su corazón y se volvió a tumbar en el hueco del árbol para
soñar sueños de conejos, que son suaves, saltarines y, a veces, de color
zanahoria.
Bello
ResponderEliminarMuchas gracias, me sirvió mucho para llevárselos impreso a los alumnos y trabajar el cuento con ellos.
ResponderEliminarMaravilloso cuento!!!
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